Tomarnos los meñiques es lo más lindo de los paseos de mañana, abrazarte es el mejor placer, que termina con un beso en la frente, y decirte, yo te cuidaré, compañera de vida, mi amor.
Llegar a querer, es como construir una casa desde los cimientos, poco a poco, va tomando forma, la que nosotros deseamos, llegando a verse tal y como nos imaginamos, o simplemente, como pensamos que va a ser en nuestro interior.
Empezar por esos cimientos de confianza, llegar a casa todas las noches, despertar todas las mañanas, y ver tu cara y tu sonrisa, eso es lo que esperamos, a decir verdad, como resultado de todo el esfuerzo y el tiempo que invertimos en esa persona, esos muros que hemos tenido que superar, para llegar hasta esa estabilidad, que buscamos, sin quietud, desde el inicio al final, de esos cimientos de la casa de nuestro presente futuro.
Continuar con esas paredes que nos dan estabilidad, comunicarse, y comprenderse, llega a ser uno de esos retos, que en el día a día, nos hacen ver cómo es la otra persona, en diferentes circunstancias, y en las mismas situaciones, y ver, que a veces las apariencias pueden engañarnos, pero, otras veces, nos muestra que la persona ha sido sincera, comprensiva, atenta, y todo lo que un día soñamos, y se ha vuelto realidad, en nuestro día a día.
Terminar, con ese tejado de protección, cuidarse mutuamente el uno al otro, llevarse de la mano a otro plano, a otra dimensión, crear nuestra propia burbuja, la que nos haga sentirnos en paz, sonreír sin miedo, sin temor, a que la otra persona reaccione de forma que nos haga sentir mal, que nos haga rabiar, porque rabias habrá en el proceso, pero siempre, siempre, hay que mirarse a los ojos, ponerse en los zapatos de la otra persona, y entender, que lo que no quieras que te hagan, no debes hacerlo jamás.
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